Cuaderno de bitácora II
Tengo un cuaderno con las cubiertas de cuero y he decidido que me acompañará en todos los viajes que haga este y todos los años que me queden viajando y viva y coleando. Hay cosas que se quedarán ahí metidas para siempre, y otras las quiero dejar aquí. También quiero sincerarme y decir que no todo lo que deje por aquí ha sido escrito en ese cuaderno, porque hay cosas que, creo, solo pueden escribirse una vez se ha vivido.
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hemos echado la vista
hacia donde dejamos tus
cenizas / brazos / alegrías.
Crecen flores desde
que estás tú,
eso nos decimos entre nosotros / y bajito
sobrevolando nuestros miedos
pensando en el olvido
como una de las opciones / no la única
me niego / la nuestra
las margaritas
han sobrevolado
por un Cantábrico / triste
desde que no estás.
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Te digo que cuando el Titanic se hundió no había luces, y miramos los dos al mar oscuro, solo escuchamos las olas y alguna persona reírse a lo lejos. Estamos los cuatro prácticamente solos. Ellas caminan detrás, más despacio, haciéndose fotos con el modo noche y nosotros miramos, con el terror agazapado, con la verdad en la lengua y las manos metidas en los bolsillos. La brisa marina refresca las caras, huele a mar y a vida y a muerte. Huele a todas las cosas que no se saben, a las que podemos tocar con los dedos. Cuando nuestros ojos se acostumbran a la oscuridad, podemos llegar a ver la espuma blanca del mar. ¿Qué habría hecho yo de estar en ese barco? ¿Habría sobrevivido? Siempre pienso que no sobreviviría a nada, que sería la primera en morir en cada una de las situaciones que veo en las películas. No porque no me fíe de mí misma, es porque tengo demasiado miedo a la muerte en mitad de la oscuridad.
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A veces pienso cómo sería volver aquí sin ellos. Cómo será volver a caminar por paseos que hemos hechos tantas veces juntos. Sé que en algún momento pasará, porque sé que ellos no estarán para siempre y me repta por el estómago un vértigo al que no estoy dispuesta a enfrentarme. Me imagino yo sola en una casa alquilada cerca de donde alquilamos las nuestras, desayunando sola, caminando sola por las marchas, volviendo al camino, al mar, a los rincones, a los percebes, a la sidra. Y me entra una tristeza oscura y viscosa, y como dice Estopa de luto se pone el cielo que viene con nubes negras. Siento que eso es posible, sé que lo que pienso puede hacerse realidad y me quedo estancada mirando a un punto fijo sin querer moverme, quién sabe, igual si no me muevo eso no pasa, si no vivo, si me quedo congelada, si no respiro, puede que no llegue nunca a saber lo que es vivir en un mundo sin ellos, lo que es vivir sintiéndome sola, rodeada de gente.
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Volvemos por una carretera conocida, la misma por la que llegamos de normal (aunque este año no haya sido así porque volvimos por otra diferente, pero ahora eso da igual, qué más dará). Ponemos una lista de los dosmil porque una es millenial, qué vamos a hacerle, y empiezan a sonar canciones que he gritado con amigas con las que ya no hablo, con personas que olvidé y vuelve y me recuerdan que no lo hice, y entonces suena esta canción de Amaral, y todo se revuelve dentro. Ya no solo por todo lo que he ido escribiendo estos días, lo que os he ido dejando por aquí, es por todo lo que nunca escribiré y he vivido, porque en esta canción veo un reflejo de lo que me ha pasado y me pasará: decir adiós a un grupo de amigos que se hizo mayor y no tuvo tiempo de darse cuenta de que era demasiado tarde para volver.