Ayer fui a comer a la casa familiar donde crecí. Encima de un mantelito redondo de mimbre, pusimos la perola de migas extremeñas. Migas que ha aprendido a hacer mi madre, aunque su sangre sea de Jaén, migas que comía mi padre, de sangre cacereña, hasta con leche. Cómo se funde la vid y el olivo, la parra que da sombra con las varas para ver caer las aceitunas. Iba a decir que a veces no sé la suerte que tengo, pero siempre tengo en mente las raíces, las ancestras, los hogares pasados, las espigas clavándose en el pelo: claro que sé la suerte que tengo.
Cuando me viene el pasado a la cabeza, siempre, siempre, siempre, pienso en Lorca, en ese halo que le envuelve a él y a toda mi familia. Siempre me las imagino vestidas de negro y a ellos con la camisa medio abierta por el sol, con pasos seguros. Las zapatillas llenas de polvo del campo, las horas trabajadas de sol a sol, el no descanso. Me acuerdo de los vecinos que beben gazpacho de un cuerno, de las risas en la casa de la Tita Pepi, allá en el sur, con el calor sofocante dándonos tregua cuando el sol ya se ha ido y la cerveza abunda. La palabra civilicos y la palabra pipirrana, para mí son casa. Igual que lo son las perrunillas y la frase éramos mu’ legítimas, refiriéndose a la gran amistad que se han tenido unas con otras, unos con otros.
Extremadura y Andalucía, Jaén y Cáceres, y dentro de esas tierras: pueblos pequeños que son el centro de mi árbol genealógico. Las ganas de conocer, hablar, no dejar nunca de decir esos nombres, me llevan a una canción de Javier Alfayate:
pienso en tu nombre y la marca
que hiciste al pasar
y recuerdo todos los nombres que han pasado por mi historia y la de mis padres, por la de mi hermana y mi familia. Personas a las que por desgracia nunca conocí, pero que han dejado la marca de mi apellido, porque yo doy palmas como mi bisabuela Patricia, me decía mi abuela, la de Jaén. O que tengo la misma cara que mis primas por parte de padre. Tengo una mezcla, soy mitad olivo y mitad encina, soy el fruto mezclado, soy la que comía pipirrana y la que sigue comiendo migas. Y cuando escribo esto, vuelvo a Javier Alfayate, porque él sigue cantando en mi cabeza:
Y ahora la casa está llena
de huecos que no sé volver a llenar
La comida también recuerda a los y las que ya no están, sobre todo a las que ya no están, porque fueron ellas las que hicieron la comida para toda la familia. Sin mi abuela no he vuelto a comer pipirrana, no he intentado, siquiera, imitar la receta o buscarla. A veces prefiero que se quede el recuerdo de que era algo que me encantaba, una comida deliciosa que solo sabía hacer ella y que, con ella, se fue. Igual que las perrunillas, la mujer del pueblo que las hace lo ha dejado, así que no volveremos a comerlas de nuevo, seguramente nunca más, porque la receta es posible que se marche con ella.
¿Y yo qué quiero comentaros con esto? ¿Qué quiero enseñaros? Simplemente el olor, el sabor y las personas que ya no están. Que todas ellas tienen un lugar enorme en mi corazón, que las recuerdo día a día, que todos los días hablo con mi madre, que sé que queda mucho para que se vaya, pero también sé que, cuando ella ya no esté, las migas más ricas que he probado nunca se irán con ella, y otro trocito de mi corazón, también.
Recordemos a las ancestras, cuidemos a las que nos quedan, a los que están. Tejamos una red fuerte de abrazos, la vida se nos escapa muchas veces, y aunque una esté harta de decir adiós, siempre queda hueco para otro, porque no es justa, pero siempre nos quedarán las fotos y la comida, la comida de las generaciones que siguen o se pierden, la comida que une, los sabores que te llevan a ese momento exacto, a ese abrazo que no podrás volver a dar.
(Os dejo aquí el tema que cito: A nadie más, Javier Alfayate)
Me ha encantado tu reflexión, Irene! Pienso mucho en este tema, en cómo la gastronomía explica tanto sobre la cultura y tradición no solo de un territorio en concreto, sino tal como explicas aquí de cada familia. Esas recetas que pasan de generación en generación (en mi caso pienso en la receta de escudella i carn d'olla que hacía mi abuela y que ahora que ya no está hace mi hermana) y esos platos que se hacen en ocasiones especiales (como el potaje de bacalao que hacía mi otra abuela cada Viernes Santo o mi tradición familiar de comer migas -aunque en mi caso son murcianas- una vez al año como excusa para reunirnos todos).