A veces escucho la canción de un anuncio y me viene a la mente en qué momento vital estaba. No os lo vais a creer, o puede que sí, pero relaciono un anuncio de pringuels con la ruptura de uno de mis novios. No paraba de salir en la televisión y yo no dejaba de llorar, así que se hicieron inseparables. Con el paso de los meses, cuando ya dejé de llorar y poco a poco asumía que me hicieron un favor, si aparecía la melodía, volvía a la posición en la que estaba viendo la televisión mientras me secaba las lágrimas. Es una sensación extraña, pero más habitual de la que nos gustaría, supongo. Ahora apenas veo la televisión, solo la enciendo para ver una serie o una película, no veo las noticias, no aparece ante mí la novela de por la tarde justo después de comer o una película de antena 3 con un doblaje horroroso. Simplemente veo lo que decido, elijo lo que se pone ante mí (menos el tiktok, la verdad es que tengo un problema con el tiktok).
El caso es que he tenido que dejar de escuchar algunas canciones durante un tiempo porque me hacían demasiado daño. Hay algunas, como Dientes del león de La Raíz, o La vereda de la puerta de atrás de Extremoduro, que ya puedo volver a reproducir. De hecho, muchas veces las busco y las escucho queriendo, sin que el modo aleatorio de spoty o la DJ Livi me sorprendan con un recuerdo. Pero hay otras canciones que, joder, todavía no puedo escuchar. Canciones que me recuerdan a las personas que no decidieron su marcha, personas que no están en ningún lugar ahora mismo, solo aquí, en estas palabras, aquí conmigo pero dentro, en lo que pienso, sueño, opino y leo. Igual peco de pesada, pero creo que todas las personas que hemos visto la muerte de cerca terminamos hablando mucho de ella, más de lo normal, quiero decir. Somos como Harry y Luna viendo los Thestrals (para los que no hayan visto o leído nada de la saga, son criaturas que solo pueden verse si has visto morir a alguien). Pues es un poco eso, la muerte es algo que está ahí, siempre. Yo cuando era pequeña lloraba muchas veces porque no quería morir, no sentía que pudiese hacerlo nunca, jamás estaría preparada. Pero cuando ves a morir a gente que quieres, cuando tu familia va menguando poco a poco, todo a tu alrededor se configura de una manera diferente.
Antes de nacer ya había perdido a mi abuela paterna, con seis años perdí a mi abuelo materno, con doce a mi abuela materna, antes de terminar la universidad ya no tenía tías, y la tristeza se ha ido diluyendo tanto con la vida que muchas veces parecen la misma cosa. No superas el dolor, te acostumbras a él. No superas las canciones, simplemente o dejas de escucharlas o lo haces sabiendo que vas a llorar. No puedo escuchar a Nino Bravo sin llorar, ni algunas canciones de Serrat, ni las de Marisol. Hay un mensaje en todas ellas que me llevan a las personas que ya no están, a las muertes que han pasado por delante de mis ojos y han dejado huella. Una marca profunda que no está cerrada, ni mucho menos. Asumir que no va a cerrar es algo que terminamos sabiendo las personas que hemos visto morir, que hemos palpado la enfermedad. Convivir con el cáncer, por ejemplo, es convivir con algo que te acompaña y que te va arrugando los ojos. No conozco a nadie que no haya vivido eso de cerca y no crea, de verdad, que va a morir de eso también, porque no existe otra cosa, porque el dolor se clava y piensas que de ahí crecerá la planta de la mala suerte. Las personas creemos, al final, en lo que vemos. Es cierto que muchas veces creemos en cosas que no hemos llegado a ver pero, si lo piensas fríamente, son creencias en base a pensar que alguien ha visto algo. Ya sea porque nos han contado un milagro, porque salieron humedades con caras o porque se lloró sangre aquel día, al final creemos porque nos han hecho pensar que puede tocarse, palparse, verse, sentirse. Somos animales que evolucionamos con lo que vemos, y cuando ves a las personas marchar sin quererlo, cuando el dolor es tan profundo que no sabes por dónde caminar para que duela un poco menos, escuchas esa canción que te recuerda a esa persona una y otra y otra y otra vez, hasta que la desgastas, porque sabes, en el fondo, que no volverás a escucharla nunca más. Y como la perspectiva y la manera de ver el mundo nos modifican tanto, dejamos de creer en milagros, dejamos de creer, en definitiva, porque hubo una vez que creímos y pedimos y rezamos (incluso sin saber realmente a quién se rezaba), pero no llegó nada más que un silencio pesado y persistente. Un silencio que nos creó desde los cimientos y nos echó al mundo, un mundo que apenas nos deja espacio para el duelo.
Estas personas, las que podemos ver a los Thestrals, somos también las que miramos a las estrellas esperando ver algo que nos haga pensar que sí existe el cielo del que hablan, porque lo único que quieres es quedarte tranquila y pensar que la persona con la que ya no puedes reírte, sigue haciéndolo en calma en algún lugar. Que, de alguna manera, esa canción que has dejado de escuchar, sigue sonando en alguna parte.
Uff... qué duro... Ojalá un consuelo para todo esto... A mi la configuración no me ha cambiado todavía, así que también me vendría bien...
Qué bonita descripción del duelo