Veo a las señoras andando por el parque un viernes por la mañana, y me digo que es ahí donde quiero estar, lo que quiero ser, a lo que aspiro. Camino con la gota de sudor recorriendo mi espalda y solo pienso en que quiero estar jubilada. Quiero jubilarme, sí, a los treinta y dos años. Quiero dejar de trabajar ya, quiero que todo a mi alrededor esté parado, sin problemas, sin pensar qué me deparará el final de curso, sin pensar cómo cojones voy a pagar el alquiler, sin pensar qué hago, qué puedo hacer, y no pensar en lo que quiero y no puedo porque entonces me amargo y un halo oscuro me seduce tanto que me quedo en la cama durante demasiado tiempo.
A mi alrededor la gente empieza a jubilarse (a mi alrededor familiar, quiero decir). Y pienso mucho en las sensaciones que produce la jubilación, una de ellas, la que más me ha hecho pensar y de la que vengo a hablar aquí, es la de la angustia por jubilarse. ¿Y por qué angustia? Porque la muerte está a la vuelta de la esquina (o eso piensas). Y qué vida más injusta, ¿no? Qué mierda que te pases toda la puta vida trabajando para que, cuando dejas de hacerlo, no solo te hacen sentir que no sirves (por suerte eso poco a poco empieza a dejar de decirse, pero se sigue sintiendo), sino que encima te hacen sentir que lo próximo que viene es la muerte, que después de los momentos clave de tu vida según la sociedad: nacer, graduarse, trabajar, comprarse una casa, casarse y jubilarse, el siguiente gran acontecimiento de tu vida es que deje de ser vida. Qué putada más grande, qué horror haberlo normalizado, qué enfado más profundo me dio al escuchar aquello. Qué tristeza más enraizada en el pecho, sentir que lo próximo a dejar de trabajar es la muerte. Que dejas de producir y mueres. Que consigues un poco de libertad y no vas a poder disfrutarla tantos años como has trabajado. Porque al final, ¿cuánto nos tiramos trabajando? ¿treinta y pico años? ¿cuarenta? ¿hasta los sesenta y pico? ¿hasta los setenta como querrían muchos? Es que lo pienso y los sudores se me enfrían de una manera…
He mirado la vida laboral justo en este momento y me he dado un susto porque me queda demasiado, y cada vez más por menos. Lógicamente quiero jubilarme con una buena pensión, con dinero rico que entre a mi cuenta por no hacer nada. Claro que la gente que está jubilada lo merece porque ya ha trabajado demasiado, pero me gustaría no tener que llegar a he trabajado toda mi vida ahora descanso para poder disfrutarlo, pero es que no se disfruta todo tanto. Ojalá, de verdad, ojalá nacer todas jubiladas y que la vida sea para vivirla y no para trabajarla o pagar a los caseros o pagar las facturas. Ahora que estoy jugando a los sims, entiendo por qué es un juego que me gusta tanto: puedo hacer lo que quiera y el motherlode es mi mejor amigo. No hay problemas de dinero, puedo tener una casa hecha por mí, puedo no trabajar o hacerlo o cambiar de trabajo pronto y no como ahora que puedes tirarte en el paro años y años y encima la culpa es tuya porque no quieres trabajar en la hostelería por ochocientos euros las doce horas diarias.
El caso, que me voy, que ojalá no trabajar, ojalá no tener que hacer algo durante toda la vida para poder sobrevivir, ojalá tener nuestros huertos y vivir en edificios comunes, ojalá una vida que sea más vida y menos alarmas para levantarte e ir a trabajar. Ojalá hacienda fuese, de verdad, de todos, ojalá la lectura fuese el único trabajo que existiera, aunque, de ser así, tampoco querría volver a leer.
Cuanto más pienso en lo extraordinario y raro que es estar vivo, más me cuesta entender la degradación de la vida humana. Siento como que los sistemas que creamos alrededor son grises, retorcidos, aburridos, mecánicos y tristes. Como si apareciésemos en este mundo por arte de magia y de repente nos sometieran a una existencia absurda y protocolaria. Te entiendo tanto. Y te abrazo 🫂